Vivir potenciado por las columnas de tus miedos e hirientes realidades,
De éste tránsito lento de tu desamparada forma de romper compromisos.
Converges en tus decisiones, expuestas tan sólo en sustancias distintas pero siempre con los mismos resultados.
Y hoy, me derrumbo en grandes cantidades de agua y sal,
Sobreviviendo únicamente con la estúpida fé que resta en éste desierto,
Ondas cerebrales que atentan el aire de mis pulmones y sin embargo, respiro.
Almaceno infinitos caprichos de ésta desesperación inútil que me conduce a ningún lado,
Racionalizo por fin estar libre de culpas, confesado con la luna y mi hilarante capacidad por no querer reproducirme en el más estricto sentido de la idea, ya no, no sin ti.
¿Cómo podrías pedirme a mí algo, si ya todo te lo llevaste?
Concebí noches con sol e infiernos de día, intentándome aferrarme a ésta locura que insiste en desaparecer a últimas fechas,
Vorágine de recuerdos asaltando a mis dedos, estos dedos tan llenos de adicciones que tienen todo que ver con la noche.
Comprenderás que no fui yo quien desató el infierno, que paralizado encontré la complejidad de mis palabras en el silencio, y decidí enmudecer mis dedos.
Tristeza de las mil señales de advertencia que puse en mi propio camino y aún así ignoré,
Y me río de mi porque aún sabiendo esto te hablé de ellas, sin saber que tu conscientemente las ignorarías.
Vuelve la distancia y ardo en deseos de contenerla, de retenerte, pero luego una pequeña voz en mi conciencia me susurra: ¿para qué?
Así que cierro los ojos, y ruego con todas mis fuerzas no extrañarte.
Esa idea de terminar siendo un maniquí, víctima de tus antojos y de las veces que no pude decir que no, es el reclamo latente de mi corazón al cual, desgraciadamente, estoy tan acostumbrado que creo ya no distingo.