Las palabras se filtran por los dientes, caen lento por el cuello y finalmente resbalan hasta el piso, caen, rebotan, buscan su lugar sin éxito alguno, se pierden en el tiempo, en el espacio, se disfrazan de promesa, se pintan de noche, se extravían en los labios.
Las palabras se diluyen, se esfuman en lo que nunca demuestras, en lo que segregas a cuenta gotas, en lo que se esconde detrás de los ojos, en medio de la sien, en los escalofríos que te recorren a media noche, en lo desesperado del tiempo, en lo indomable del deseo.
Se sienten solas, vagando por un mundo donde las promesas se desploman, donde mañana no tiene nombre y solo huele a finales y vodka, carentes de importancia, tan llenas de nada, con ganas de convertirse en un estornudo que las lleve lejos, en un bostezo que las cuide, en un beso que las haga quedarse.
Ellas explotan en llanto, divisando su inevitable final, al fondo de aquella calle... sentadas en la banqueta, soñando volver a ser promesa, en unos labios que entiendan el significado, en un mundo que entienda su valor.
Escribo para encontrarme, para saber lo que busco, en lo marchito y torcido de mi eterna distancia. Escribo para descubrir lo que hay dentro, debajo de las heridas y raspones mentales, de mi alma noctámbula y tortuosa.
jueves, 24 de marzo de 2011
miércoles, 16 de marzo de 2011
En el tiempo
Crecí entre nubes tejiendo sueños de algodón, en una burbuja grande y fantástica que reventé al poco tiempo; pisando las huellas gigantes que mis padres dejaron al caminar, descubriendo el mundo en un respiro, en una caja de cartón mientras jugaba a ser astronauta.
Me extravié más veces de las que recuerdo, y maduré (o eso creo) en una incansable lucha conmigo, desarrollando vicios y fijaciones, escudos y camuflajes para no ser descubierto, para guardar muy dentro todo lo que pienso y siento, que a veces es demasiado. De vez en cuando decido mirar fuera de ese caparazón, asomar la nariz y apostarme, y es entonces cuando me vuelvo vulnerable, con los sentimientos a flor de piel y un torbellino en la mente: causa de mis insomnios y sinsabores, de todos mis atropellos verbales.
Vivo en busca de razones, con un millón de sueños en la maleta y mis alas listas para volar, buscando respuestas a mis preguntas: de lo que no se, de lo que quisiera, de lo que sería, de las cosas que supongo y que sé que serán. A veces me adelanto al tiempo, intento predecir el futuro en mis labios, en las puntas de mis dedos con su manía por tocarlo todo, por saberlo cierto. Es entonces cuando viene el engaño, la creciente y aún tonta necesidad de creer en las personas, aún sabiendo que muchas historias terminan incluso antes de haber comenzado.
Soy un soñador, embelesado de ideales y utopías, que aún cree en las historias que cuenta la luna, que atreverse puede cambiarlo todo, que incluso lo imposible puede ser en mi mundo, tan lleno de vuelos y de noches con luces neón, de mi lengua, repleta de estrellas, haciendo lo que sea para que este viaje por las nubes sea tan largo como mis sueños.
Y tal vez esta es la parte bonita de la historia... o todo lo contrario.
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Principios,
Yo creyendo
domingo, 6 de marzo de 2011
El cielo en el que habito
Es entonces cuando te pierdes en ese inmenso mar de sentimientos, emociones que superan cualquier conocimiento o costumbre sobre la materia. Las cosas se rompen como cualquier cristal, extraviado de emociones y sentido de sabores desconocidos, disfrutando los instantes, sin planes a futuro inmediato.
Es una niebla espesa, donde incluso respirar significa un esfuerzo importante, los latidos se aceleran y se escuchan a distancia viajando como pequeñas ondas en el aire. Palpito lento buscando mi paz, saboreando la niebla en la lengua, sintiéndola romper contra mi piel a medida de mis pasos.
Todo es un bosque disfrazado de desierto, situado en algún punto olvidado del cielo, donde dueles, donde lloras y la luna te acompaña formando un eterno mar de lágrimas; donde te pierdes, donde me encuentras y me descubres los miedos y las fobias, los demonios que llevo dentro y las cargas en la espalda.
La luna volteó la cara, despertó llorando soles que palidecieron lentamente; mientras yo cuento una historia imaginada a voces, la historia perfecta de mis dedos volando hasta tu espalda, rompiendo el eco de la distancia que predije terminaría con nosotros.
El mundo de cabeza donde los árboles escriben poemas tristes en sus raíces, donde no soy yo sino otro, con más raspones mentales y ataduras, con menos sueños y colores en los que pensar. Escribiendo y dedicando poemas a quien creí los merecía, en este pedazo de cielo tan lleno de algodón en el que habito, en el que me pierdo... en el que me encuentro y me sé, tan falto de ti que me siento real, tan vivo... entero.
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Escombro de plumas
miércoles, 2 de marzo de 2011
Los besos de la almohada
Porque no encuentro mejor motivo que toda la luz que le robé a tus madrugadas,
las palabras garigoleadas y vacías que tantas veces rebusqué en un papel,
hablándole de tu piel a mi almohada, donde tantas veces pensé en el ayer.
Aún a distancia,
a flor de piel me tiñes los besos,
me inundas en caricias obscenas,
me incrustas la sal de tu mirada.
En lontananza,
me zurces los deseos al alma,
me rompes las dudas y me amarras las ganas,
conviertes el aire en tristeza y me resguardas con el alba.
Y cuando te encuentro en mi almohada todo cambia,
el mundo me derrite las alas,
el tiempo se congela en tu cama,
el espacio me invade el café de la mañana,
la piel me arde y no queda más prisión que tu mirada.
Yo que pude darlo todo por cambiarme de lugar,
gotas de lluvia sin nombre que brindan con veneno por el ayer,
donde aún guardo tu recuerdo, aunque no sepa por qué.
¿Que pasaría si te digo que te amo como a nadie...?
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