Las palabras se filtran por los dientes, caen lento por el cuello y finalmente resbalan hasta el piso, caen, rebotan, buscan su lugar sin éxito alguno, se pierden en el tiempo, en el espacio, se disfrazan de promesa, se pintan de noche, se extravían en los labios.
Las palabras se diluyen, se esfuman en lo que nunca demuestras, en lo que segregas a cuenta gotas, en lo que se esconde detrás de los ojos, en medio de la sien, en los escalofríos que te recorren a media noche, en lo desesperado del tiempo, en lo indomable del deseo.
Se sienten solas, vagando por un mundo donde las promesas se desploman, donde mañana no tiene nombre y solo huele a finales y vodka, carentes de importancia, tan llenas de nada, con ganas de convertirse en un estornudo que las lleve lejos, en un bostezo que las cuide, en un beso que las haga quedarse.
Ellas explotan en llanto, divisando su inevitable final, al fondo de aquella calle... sentadas en la banqueta, soñando volver a ser promesa, en unos labios que entiendan el significado, en un mundo que entienda su valor.
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