martes, 29 de junio de 2010

Al sur de mi nombre

Tratando de ocultar la verdad, como quien poco a poco rellena un muñeco de peluche con recuerdos, te mentí aquella noche. Orquesté durante tanto tiempo la mentira perfecta, las palabras adecuadas y exactas para que se fuera todo al carajo, que al final, me lo creíste.

Además de seguir soñando, no encuentro un ápice de cordura en medio de éste cementerio tan lleno de estrellas, lo más perverso de todo, es el sudor recorriendo la espalda, como gota de lluvia amenazando con volverse chubasco e inundar la ciudad.

Huir durante tanto tiempo, disimuladamente, carcomió mis pies y poco a poco se fue llevando los últimos retazos de locura que quedaban en mi mente: las noches en que dije que si, aún sabiendo que lo tenía todo en contra; o cuando decidí por fin tirar la pelota a tu lado de la cancha, sabiendo que al final me quedaría sin tener con quien jugar.

Orquesté todo de forma diabólica, la calma sutil con que escribiría cada palabra guardando toda posibilidad de un final distinto en el ropero, la forma bestial en que esas palabras te embestirían, las ganas que optarían por cometer suicidio desde la azotea para dejar un oasis desierto de ti y de mí. Incluso decidí esconder mis propios sueños bajo la cama y convertirlos en vanas ilusiones, para nunca más compartirlos contigo; necesitaba tanto un cambio, necesitaba tanto que creyeras que aquí ya no había más para ti, que al final, lo logré.


Todo fue añadir un pinchazo al globo gigantesco que habíamos construido, un poco de sal en toda la miel que reinaba en ese inmenso paraíso. No me quedó más que jugar a reinventarme, a reconstruir uno por uno los escalones que me lleven a no sé donde, cualquier lugar lejos de ti.

A la locura la asesiné en el proceso, aquel impulsivo motor que me picaba las ganas, aún en los sueños, tuve que desahuciarlo para por fin saber que no saldría corriendo al aeropuerto a comprar un boleto con destino al sur y terminar por cometer suicidio. Es algo parecido a tener gangrena, tener que amputar cualquier pedazo de ti mismo porque de lo contrario, todo tú terminarás muerto; y así fue esa noche cuando por fin te amputé.


Reducir a cenizas un imperio gigante de planes y sueños, para sólo entonces, poder levantar otro, con visiones distintas de posibilidades desmesuradas, un mundo libre de silencios y mortajas... de tantas verdades silenciadas.

*Yo, creyendo.

Imágen por Gustavo Alfaro