lunes, 27 de junio de 2011

Las Facturas Hediondas

Es un hecho, sobreestimamos las recompensas. Y después, fatalmente, las subestimamos. Sólo cuando no llegan permanecen de moda, tanto así que decirse su acreedor es compensar un poco, mientras tanto; aunque no ganar tiempo, como suele creerse. No se le gana tiempo a lo podrido, si apenas se distingue de lo muerto. Esperar que venga alguien y nos recompense supone convertirnos a la fe amarga de los cobradores. No me digas que nunca te has topado, en la vida y de pronto en el espejo, a uno de esos devotos del fracaso que encuentran recompensa, compensación y revancha en el ocaso de la fortuna ajena. “Si no era para mí, ¿por qué iba a ser para ellos?”, razona el cobrador insatisfecho.
Pasar de cobrador a conquistador es tan simple y tan arduo como dejar atrás la servidumbre de la expectativa. No se puede vivir de aquello que se espera recibir sin convertirse en pordiosero del destino. Y luego, irremisiblemente, en cobrador. Cazador sucesivo y desafortunado de recompensas, compensaciones y revanchas. Y es que nadie recibe bien a un cobrador; menos cuando jamás se da por satisfecho. Pues por mucho que cobre no le será bastante para conquistar nada, y aun en la cima de la cima del mundo encontrará que toda conformidad es sospechosa de conformismo. Hambre ancestral, le llaman, pues ya su intensidad hace temer que el ansia se transmita por la vía genética. Distraído por su avidez en armas, el cobrador olvida que la peste del hambre llega lejos. Sin saberlo, está a expensas del conquistador, que ya le huele el hambre y encuentra que es rehén de sus expectativas.
Esperar: ese verbo irritante. Lo que la gente espera vale poca cosa, y menos todavía cuando se le compara con lo que persigue. No me importa qué esperes, pero igual me intereso por lo que buscas. La búsqueda es la cara opuesta de la expectativa, de modo que el botín es antípoda de la recompensa. Pues si observamos con algún cuidado encontraremos que el concepto de botín deja atrás la perversa disyuntiva entre compensación y recompensa, recompensa y revancha, revancha y compensación, ya que de hecho las abarca todas. En un golpe maestro, el botín nos compensa, venga y recompensa. Elimina la inquina, el rencor, la envidia y la soberbia, entre otros sentimientos echador a perder y susceptibles de encarnar en sarcoma.
Nadie quiere ser llamado traidor, pero menos aún llamarse traicionado. Cual si eso fuese el fin y hubiera que amargarse en adelante. Juran los amargados que la venganza es dulce, pero como se dice en estos caso, qué va a saber el burro de la miel. Endulzarse la vida buscando la desdicha de los otros, luego de años de paladear derrotas gangrenadas, es salpicarse de la misma cagada en la que se pretende ahogar al enemigo. Eso es el odio, al fin: cagada cósmica. El sedimento pútrido del bocado amargo. ¿Espera el vengador, habituado a sobrevivir con semejante dieta de mierda, que dé uno validez al dictamen de su paladar, o le envidie ese aliento a pena descompuesta?
Envidiar: ese vicio pequeño de la gente pequeña. Quien busca la conquista no nada más despierta la envidia de los otros, también sabe leerla y según ella aprende a clasificarlos. En una ecuación fácil, la gente es lo que tiene menos lo que supone que le falta. La ojeriza envidiosa proclama a gritos sus números rojos, cada uno de sus gestos debe pujar por no dejar salir al cobrador tan grande que lleva dentro, pues la fórmula dice que a mayor cobrador, menos persona, y viceversa. A la gente pequeña se le mide por el importe total de sus facturas pendientes de cobranza, multiplicado por -1.
No digo que sea la única forma de medirlo, si entrados a hacer números podríamos sumar los centímetros cúbicos de conciencia ocupados en albergar consulados y cónsules que en vez de pagar renta terminan por cobrarla. Quien pierde el sueño alimentando un rencor asqueroso contra tu Porsche nuevo esperará después compensación por eso. Cuando se entere que te lo robaron, le placerá muy hondo saber que encima de eso fue un robo a mano armada y los ladrones te pasearon medio día dentro de la cajuela. “Para que se le quite”, razona el vengador impenitente, y a esa pomada infecta que de pronto le cubre del culo al paladar tiene el descaro de llamarle dulce. En vez de clausurar el consulado, le otorga nuevo espacio y mayor importancia.
“Se jodió, jo, jo, jo”, rumian los revanchistas, igual que un Santa Claus castigador. Si su idea es que al final nadie se libre de quedar salpicado. Que sólo los amargos tengan derecho a voto a la hora de juzgar si éste o aquel pastel es agrio, dulce o empalagoso. ¿Desde cuándo han cabido las ideas grandes en las mentes estrechas? ¿Es acaso virtud del cobrador la generosidad? Hasta donde se sabe, y para acabar pronto, los cobradores sólo son generosos en el retrete: donde suponen que nadie los ve.


X.V. Puedo explicarlo todo

viernes, 17 de junio de 2011

Silencio

Silencio largo y ancho como una nube inmensa sobre un planeta ínfimo. Silencio de caricias diminutas y cosquillas que se hacen comezón. Silencio acompasado por sí mismo. Silencio entretejido, que a su vez entreteje una trama de coincidencias íntimas deseosas de pasar por siderales. Silencio desplazado desde el fondo del cráneo por algún eco líquido que me susurra there´s a kind of hush all over the world tonight. Silencio que nos damos como se dan los besos, pero no en lugar de ellos sino apenitas antes, camino adentro de una espiral de caricias que ya nos va absorbiendo la piel y los huesos. Silencio pleno de la clase de memorias que uno guarda en lugar secreto y remoto para no atormentarse con su recurrencia, y pese a todo acuden al instante, no bien el alma llena de aire los pulmones.

X.V. Puedo explicarlo todo

sábado, 11 de junio de 2011

Amor secreto


Amor insobornable, devoto e indefenso. Amor sin cuerpo, ni esperanza, ni plan. Amor a solas siempre, y en silencio. Amor que se alimenta de sí mismo y encuentra coincidencias en la primera historia de amor que se le cruza. Amor desestimado y hasta cómico para cualquier adulto que atine a descubrirlo. Amor tierno que nada entiende de ternura porque se mira grave, cuando no trágico. Amor a todas luces imposible y no obstante resuelto a respirar. Amor entre rendijas; clandestino, tenaz, escurridizo. Amor que se propone sobrevivir al tiempo y la distancia para cruzar un día, victorioso, el umbral de la mayoría de edad y demostrarse así capaz de cualquier cosa. Amor que da vergüenza y orgullo al propio tiempo. Amor si restricciones de la imaginación, dueño de alas tan anchas que apenas caben dentro de los sueños. Amor al otro lado de la barda, extranjero ante todos, minoría aplastante. Amor que se encarama en la cabeza y nos tapa los ojos con la vena tiránica de un redentor metido a lazarillo. Amor que imita todo cuanto cree que pueda parecerse al amor verdadero, pues se teme ilegítimo y se quiere infinito. Amor que nos perturba si buscamos la calma y nos calma si estamos perturbados. Amor sin nombre que de noche nos nombra y de día se esconde tras la sonrisa ingenua de quien cree haber dejado atrás la ingenuidad tan sólo porque ya aprendió a fingirla. Amor cobarde que se quiere valiente y está dispuesto a todo menos a revelarse ante quien ama. Amor que llora a solas y en secreto, que antepone el secreto a sus demás apremios y pospone la vida por continuar en secreto. Amor que abre la boca cuando se ha hecho muy tarde y sólo queda espacio para la añoranza. Amor que fue añoranza desde la hora misma de su alumbramiento, y hacia allá se dirige irremisiblemente. Amor siempre rendido, caído del cielo al limbo por obra y gracia de una deidad distante que nos lo entrega así, sin manual de instrucciones ni mucho menos póliza de garantía. Amor desobediente. Amor mandón. Amor de nadie más. Amor de mis entrañas. Amor mío.

X.V. Puedo explicarlo todo.

sábado, 4 de junio de 2011

Vicios


Mis vicios son celosos, pero amigables. Cuando el segundo se empeñó en quedarse, lo hizo en complicidad con el primero. Y así, hasta hacer pandilla. Combinados no sólo son más fuertes, también llegan más lejos. Si tratara de liberarme de uno, el otro no me lo permitiría. Se matrimonia uno con los vicios, se duerme y se despierta junto a ellos, disfruta de sus mimos sin pensar demasiado que es minoría dentro de sí mismo. Quiero decir que tengo la mejor voluntad, inclusive la más constructiva, pero estoy gobernado por los menos. Más allá del papel y los propósitos, mandan aquí los fuertes, igual que en todas partes. Supongo que no soy la clase de persona que soporta vivir entre vicios enclenques.

De repente mis vicios entran en conflicto, pero se llevan bien. Son diplomáticos, cuando menos entre ellos. Y a diferencia de las virtudes, siempre tan vanidosas y competitivas, los vicios son discretos y solidarios. Al whisky no le importa que el usuario se prenda un cigarrito, y hasta vale creer que son aliados viejos. Johnny Walker, Marlboro, Coca-Cola, Red Bull, Valium, Raipnol, Afrín, Lidrium. Se les ve a todos en el mismo club, conviviendo con la alegría fraterna que los buenos principios no conocen. Finalmente los vicios son mundanos y cosmopolitas, y los buenos propósitos algo así como niños exploradores uniformados. No dudo que mis buenos propósitos tengan grandes alcances a largo plazo, pero he aquí que mis vicios disponen de hot line y entrega inmediata. Veinticuatro horas diarias, rain-or-shine.

Mis vicios son insomnes, pero amenos. Hay una fina línea entre la amenidad y la amenaza, cada noche los tengo a ellos para saltarla. Diría que llegan solos si al menos un momento parara de llamarlos. Pero igual viven aquí, no tengo que ir muy lejos para dar con ellos, y en ellos me refugio cuando quiero que nadie consiga encontrarme. Que es casi todo el tiempo, últimamente. Pero salgo de noche, también últimamente, más como una manera de tirar los dados que por necesidad. Me quedaría, tal vez, si mis vicios pudieran dormir.


X.V. Puedo explicarlo todo.