sábado, 21 de julio de 2012

Historias


Las historias, a veces, también tienen su historia. La mía comenzó en el momento en que me decidí a enterrarla. No es fácil enterrar una historia cuya pequeña historia recién está empezando. Solamente la tierra del olvido sirve para hacer eso, pero las tumbas piden que las recuerden. Por eso tienen lápida y epitafio. Están ahí para que la memoria nunca quede perfectamente sepultada.
La historia de la historia es su espectro, su sombra, y yo nunca he tenido el olvido bastante para poner tres metros bajo tierra a tamaño fantasmón. Una historia con vida y voluntad propias, a la que no podía sepultar ni salvar. Una historia que había que esconder, como a un monstruo intratable. Y al final una historia tan terca que ni su propio funeral la convence. Cuando uno insiste en enterrar a un fantasma, el fantasma termina por enterrarlo a uno. Sólo que yo no estaba orgulloso del mío, y no me iba a servir de mucho esconderlo.
Difícilmente acaba uno de aceptar el fin de la desdicha, por más que lo celebre como la última orilla de una era. Algo tiene la vida miserable que nos hace añorarla y cortejarla cuando ya nos creíamos a salvo de su embrujo.


X.V.