miércoles, 2 de septiembre de 2009

Siempre como un último intento de decir adios a sabiendas que será la primera de las constantes despedidas.

Tus errores sangrarán mis labios ya partidos
y el amor quedará devastado por mi conciencia.
Afilaré mi lengua para levantar murallas en tus sueños,
eclipsando el lado oscuro de la luna con algún hechizo
que utilice como verbo los dedos de tus pies.
Las heridas de antaño, aún insepultas, sanarán;
no queda más remedio que afilarme las alas y volar.

Hoy, que me prometí olvidar hasta el último tajo de desvelo,
hoy, que ya no tengo voz suficiente para proclamar mi libertad
ni más muñecas donde amarrar las cadenas que sostengan este amor.

Mañana, el hueco estará vacío, yo perteneceré a otra historia,
y tú, diosa de metal, quedarás sumergida en otro tiempo y espacio,
única dueña de tus escondidos miedos e hilarantes demonios,
copa estéril de los hijos que quise y nunca tuve contigo.

Voy a afilarme la noche con el borde de la puerta,
voy a asesinar las ganas con la punta del crucifijo
de rostro suplicante que cuelga encima de la cama.
Me quedo, deslumbrando la caótica serie de preguntas,
hilvanando excusas y razones fecundadas de ironía,
me quedo, destilando veneno a la medida de ambiciones
un poquitito menos estúpidas.

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