miércoles, 3 de noviembre de 2010

Ángel de mi muerte


Mi puta vida sentimental está hecha un infierno y el problema, porque vamos... ¡jajaja!,
sabes que no es novedad, la mayor parte de mi vida "adulta" la he llevado así; el problema es cuando alguien me lleva los sentimientos a flor de piel.

¡Odio que aparezcas, fantasma!, porque sé que cuando apareces es hora de confesarme
tan envidioso yo, lo sé... tan egocéntrico yo, también lo se.
Porque cuando llegas así,  como hoy, solo sé que es hora de confesarme,
como si hoy hubiera luna llena y tuviera que confesarme con ella.

Y sí, es correcto, siempre comienzo con tribulaciones ya antes especuladas
haciendo preámbulo a lo que está por venir, que siempre crees que es lo mismo,
y siempre resulta tan distinto porque, ¿sabes? tengo la maldita manía de siempre enredarme,
de hacer de las cosas simples las más complicadas,  porque soy un manojo de nervios lleno de ilusiones utópicas e idealismos.

Lo confieso, además de ser iluso como  pocos, porque aún creo en las personas y en el amor,
es como si el jodido mundo se regenerara y me tocara hacer un balance, retomar los viejos estandartes de guerra y volver a luchar.

Y no se trata de lo que dices, que no llega la adultez, aunque me lo hayas dejado por escrito, ¿sabes? realmente eres como mi ángel guardián, mi confesora... y tal vez la única amiga que en realidad poseo.

Así que bueno, la historia, o bomba ésta vez, trata de alguien de mi pasado cercano
(y mira que a veces me siento tan estúpido de contarte); alguien con quien viví cosas que no he vivido con nadie más y también he compartido cosas que no he compartido con nadie más
y,  como siempre, también tendrás que lidiar con mi maldita habitualidad de salirme por la tangente, de decírtelo sin decirte nada en realidad, con la plena mesura de saber que me confesaré para que mis demonios se callen, y finalmente terminarás dándome un consejo que, bueno, tu sabes lo que suelo hacer con los consejos.

Así que supongo que sólo busco justificación para lo que estoy a punto de hacer, y un oído que no me juzgue por ello y, sin embargo, aún así sabes que esperaré a que, como siempre, me des tu bendición y tu regaño; pero no necesitas hacer mucho porque sabes que yo mismo me abro las heridas de antaño para recordar.

Y tonto yo, como Hansel y Gretel, dejé migajitas por todos lados para hilarlo todo, poder atar cabos, fechas incluídas, con tan solo unas pequeñas huellitas que estoy casi seguro que ya rastreaste.

Su nombre no ha dejado de resonar en estos días, está impreso por todos lados, y cada línea huele a ella (y esto no lo dije yo, sino tú… escabulléndote en mi).
Le dije que ella no entendía absolutamente nada y que mejor regresara a donde estaba; ésto pasó cuando me salí a la terraza para intentar que mis demonios se diluyeran con la noche pero ella me había seguido y pasó. Ésa chispa disparó las malditas estrellas de la noche y justo ahí, fue el último beso, vaya casualidad, ¿no? y vaya equipo de protección escudarse en el alcohol. Pero había una pequeña cosa que ella no sabía, que a mi no se me olvida nada, nunca.

Esa noche no pude dormir y casi puedo asegurarte que ella tampoco; hay algo que me pica en los huesos, ¿me entiendes?, una chispita, de esos malditos presentimientos que tu también tienes, que sabes de antemano certeros como la chingada. Ambos pretendimos que nunca sucedió, pero como todo, se quedó grabado con fuego en ésta cabeza.

Su distancia y su silencio fueron las únicas reacciones que encontró para formular una defensa, cubierta obviamente con una armadura de semejante envergadura que le proporcionó todo el alcohol de esa noche; o bien, su medio fue el alcohol y la distancia su reacción. La negación es una de las armas más poderosas, pero también la más cobarde.

El problema aquí, es que yo ya estoy explotando, la presión de la express ya es demasiada
y o explota ella o exploto yo. Será inevitable que exista una explosión, en el punto que quieras de la línea cronológica, y más vale que sea yo quien dirija la detonación. Si no exploto yo, ahorita, ella podría terminar haciéndolo en un día indeseable, un día donde ya se hayan agotado todos los boletos de regreso, y eso sería un final en el comienzo.

Así que si, mi querido ángel, hoy he decidido que explotaré, recordando que hay cosas que no se le pueden dejar al tiempo, porque es implacable.

Así de simple, sencillito y devastador.

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