Era raro verlo pasar por la calle, le gustaban los rincones fríos y pútridos, donde el agua había provocado una humedad indescriptible e insoportable para las fosas nasales. No tenía más compañía que su viejo morral, y un pequeño gato al que llamaba cariñosamente ‘bicho’. Bicho había perdido todo el pelaje en una de sus múltiples huidas habitacionales, justo cuando aquel humano había encendido un cigarro y la llama se propagó, hasta el punto en que les fue imposible la entrada y tuvieron que salir corriendo hasta el extremo contrario de la habitación.
No había demasiadas cosas alrededor de ellos, ni por quien preocuparse ó a quien cuidar. Tenía un tatuaje de fuego con la promesa impresa de no volver a su tierra, con la gente que lo quería y admiraba, en donde para ese entonces sólo se había vuelto un par de historias en la mente de los más viejos, y una pequeña ilusión de que volviera, en los corazones de la gente que más lo había querido.
Le decían Higo, como diminutivo cariñoso de Higor, a veces se olvidaba de su propio nombre y era acosado por esos recuerdos, justo después de haber conciliado el sueño le azotaba esa sensación de frío indescriptible que recorría su cuerpo, después llegaban las imágenes. Su tierra, los verdes pastizales y las montañas llenas de hojas secas que utilizaban para las fogatas en invierno, era riguroso el castigo de haberse marchado y cada noche lo pagaba con intereses muy altos.
Ese día anocheció más temprano que de costumbre, abrió los ojos, hecho un témpano de hielo que temblaba cuando el aire pasaba dibujando su piel. Del viejo morral sacó un trozo de pan viejo y duro, le dio un mordisco y disolvió poco a poco el pedazo de pan con su saliva, mientras tanto, bicho buscaba algún insecto para no tener el estómago vacío. Se puso de pie, sabiendo que esa noche no cazaría, no tenía ganas de hacerlo; por el contrario, caminó hacia la ventana que dibujaba la Luna a lo lejos y se dedicó a observarla, a sacar conclusiones y apagar pensamientos pendientes. Tardó más de 3 horas en reincorporarse tras haber escuchado a bicho maullando de frío, decidió acurrucarlo en sus piernas y acariciar un poco su áspera piel, procurando calentarle poco a poco hasta que se quedase dormido, le puso encima el viejo abrigo que llevaba puesto y caminó un poco por la habitación.
Su mente estaba volando demasiado bajo y debía planear el siguiente robo de sueños, antes de que el Sol mostrase sus inicios en el horizonte. Así lo hizo mientras miraba con detenimiento la casa de enfrente, la sombra que reposaba casi lasciva sobre la cama y que seguramente estaría soñando. Cómo añoraba ser él quien soñara, quien pudiera permanecer dormido durante la noche y no extrañara tanto las ilusiones de cualquier humano, como las extrañaba ahora.
No había demasiadas cosas alrededor de ellos, ni por quien preocuparse ó a quien cuidar. Tenía un tatuaje de fuego con la promesa impresa de no volver a su tierra, con la gente que lo quería y admiraba, en donde para ese entonces sólo se había vuelto un par de historias en la mente de los más viejos, y una pequeña ilusión de que volviera, en los corazones de la gente que más lo había querido.
Le decían Higo, como diminutivo cariñoso de Higor, a veces se olvidaba de su propio nombre y era acosado por esos recuerdos, justo después de haber conciliado el sueño le azotaba esa sensación de frío indescriptible que recorría su cuerpo, después llegaban las imágenes. Su tierra, los verdes pastizales y las montañas llenas de hojas secas que utilizaban para las fogatas en invierno, era riguroso el castigo de haberse marchado y cada noche lo pagaba con intereses muy altos.
Ese día anocheció más temprano que de costumbre, abrió los ojos, hecho un témpano de hielo que temblaba cuando el aire pasaba dibujando su piel. Del viejo morral sacó un trozo de pan viejo y duro, le dio un mordisco y disolvió poco a poco el pedazo de pan con su saliva, mientras tanto, bicho buscaba algún insecto para no tener el estómago vacío. Se puso de pie, sabiendo que esa noche no cazaría, no tenía ganas de hacerlo; por el contrario, caminó hacia la ventana que dibujaba la Luna a lo lejos y se dedicó a observarla, a sacar conclusiones y apagar pensamientos pendientes. Tardó más de 3 horas en reincorporarse tras haber escuchado a bicho maullando de frío, decidió acurrucarlo en sus piernas y acariciar un poco su áspera piel, procurando calentarle poco a poco hasta que se quedase dormido, le puso encima el viejo abrigo que llevaba puesto y caminó un poco por la habitación.
Su mente estaba volando demasiado bajo y debía planear el siguiente robo de sueños, antes de que el Sol mostrase sus inicios en el horizonte. Así lo hizo mientras miraba con detenimiento la casa de enfrente, la sombra que reposaba casi lasciva sobre la cama y que seguramente estaría soñando. Cómo añoraba ser él quien soñara, quien pudiera permanecer dormido durante la noche y no extrañara tanto las ilusiones de cualquier humano, como las extrañaba ahora.
1 comentario:
UN GATO DE NOMBRE "BICHO" QUE MENTE TAN MÁS TRUCULENTA LA TUYA Y LUEGO GATO..JAJAJA PERO ME GUSTA EL CUENTO, SOBRE TODO LA FALTA DE TIEMPO PARA PREOCUPARSE POR "ALGUIEN" DELINQUIENDO EN LOS SUEÑOS...OJITOS ROJOS.
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