Hay un desprendimiento liberador en el acto de romper las hojas que uno ha escrito, acaso por haber notado en ellas la desnudéz obscena de un par de sentimientos.
Existe una soberbia mojigata remojada en pudores melancólicos detras de la sospecha de que cuanto escribimos hace pocas semanas nos hace ver como unos cursis infumables: pornógrafos del sentimiento. Y la idea es en tal medida insoportable que esa sola vergüenza engendra cualquier día al narrador despiadado, súbitamente experto en demoliciones.
*Descubriendo que me queda un mundo que demoler, con el celo propio de un sepulturero de la propia vergüenza.
X.V.
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